El
Rey Juan Carlos y la Reina Sofía, son recibidos en el aeropuerto de
Barajas por el Primer Ministro Adolfo Suárez, el 24 de junio de 1979
Hace varias semanas, la
Asociación de Iberoamericanos por la Libertad que
preside el Dr. Antonio Guedes, reunió en la Casa de América, en Madrid,
a un grupo de cubanos distinguidos de visita en España, casi todos
habitualmente radicados dentro de la Isla, para analizar cómo fue la
transición española hacia la democracia tras la muerte de Franco.
La AIL, una seria y eficaz organización sin fines de lucro, de la que
el Dr. Guedes no obtiene otra remuneración que “la segura ingratitud de
los hombres” –por utilizar la melancólica frase martiana—, convocó a
figuras académicas y políticas de primer rango del mundo español, casi
todos actores principales de aquellos hechos, para que les contaran
objetivamente a estos notables opositores cubanos (no todos políticos,
por cierto), qué había sucedido en España tras la muerte de Franco, y lo
que se hizo bien o mal durante aquel vertiginoso proceso.
Yo acudí como hispano-cubano a relatarles a mis compatriotas mis
experiencias durante la transición. Todos los ponentes españoles, como
todos los cubanos que asistieron al seminario, conocían y no ponían en
duda las enormes diferencias que separaban la España de fines del 75,
cuando muere Franco, y la Cuba del 2014, cuando se va apagando
lentamente la Revolución, víctima de la decrepitud de sus dirigentes, y,
sobre todo, de la manifiesta y permanente incapacidad para gobernar con
eficiencia, lo que no les impide mantenerse en el poder, dada la
inexistencia de un régimen verdaderamente democrático donde la ineptitud
tenga un costo electoral.
A la muerte de Franco, España, producto de las reformas liberales de
1959, pese al autoritarismo que todavía imperaba en el país, llevaba 15
años de crecimiento continuado, tenía el 80% del PIB de la Comunidad
Económica Europea, el 80% de los españoles eran dueños de sus viviendas,
contaba con pleno empleo, había varios millones de libretas de ahorro,
las instituciones funcionaban, el presupuesto nacional estaba
balanceado, y era evidente la existencia de una clase media pujante en
la que se inscribía la mayor parte del censo nacional. La inconformidad
parcial de los españoles era con los aspectos políticos, no con los
económicos.
Cuba, en cambio, producto de la colectivización iniciada,
precisamente, en 1959, y como consecuencia del fin de la propiedad y de
la estatización de las empresas privadas, no sólo era y es una dictadura
cruel: se trata de un país legendariamente improductivo y empobrecido,
financieramente quebrado, del que la juventud escapa como puede. Un país
que obtiene el grueso de su sustento del producto de las remesas de
emigrantes y exiliados, del alquiler de los profesionales en el
extranjero, del turismo, y de la mendicidad revolucionaria, hoy
satisfecha por Venezuela y antes por la URSS. Un país en el que tres
generaciones de cubanos han visto decrecer paulatinamente su nivel de
vida, hasta quedar sin esperanzas razonables de que, quienes los han
llevado a la catástrofe, sepan sacarlos de ella.
En definitiva, ¿hay algo en la transición española que pudiera ser
útil en Cuba ante una hipotética transición? Creo que sí y pronto
llegaremos al tema, pero supongo que aún estamos lejos del inicio de ese
proceso. De la misma manera que en España hubo que esperar a la muerte
del Caudillo para iniciar la transición, parece que en Cuba sucederá de
la misma manera. Los reformistas dentro de la nomenclatura que desean
que haya cambios no se atreverán a alzar sus voces hasta tanto no
desaparezcan los hermanos Castro, mientras resulta evidente que, al
menos hasta ahora, la heroica oposición no tiene fuerzas para inducir
esas necesarias transformaciones actuando en la periferia del engranaje
social, que es donde le permiten ejercer cierta influencia.
Es un misterio cómo y por qué un par de ancianos, emocionalmente
distanciados del pueblo, pueden imponerle a la colectividad una manera
absurda de gobernar a toda una sociedad, pero es así y suele repetirse.
Lo vimos en la Venezuela de Juan Vicente Gómez, en el Portugal de
Antonio de Oliveira Salazar y en la España de Francisco Franco.
Desgraciadamente para los cubanos, en Cuba ni siquiera puede hablarse de
un dictador, sino de dos, dado que Raúl heredó la autoridad de su
hermano “inter vivos”, ha tenido tiempo de consolidar su poder, y
probablemente haya que esperar al deceso de ambos para que el panorama
comience a aclararse.
En todo caso, Fidel, aunque ya no gobierna, continúa mandando por la
propia inercia de su larga dictadura y por la manera en que influye en
su hermano Raúl desde que éste era un niño. El General lleva toda una
vida obedeciendo y subordinado al Comandante, cinco años mayor, y
seguramente no se atreve a tomar ciertas medidas liberalizadoras porque
su hermano las desaprobaría. Esas “fuerzas conservadoras que se resisten
a los cambios”, a las que Raúl suele aludir en conversaciones privadas
cuando explica su extraordinaria cautela, no son otras que su propio
hermano. El resto de la estructura de poder desearía abandonar
rápidamente esta vieja pesadilla de errores y horrores.
Sospecho que todavía resuenan en los oídos de Raúl, y de toda la
nomenclatura, la irracional frase reiterada por Fidel en varias
ocasiones durante la peor época del periodo especial: “primero se
hundirá la Isla en el mar antes que abandonar el marxismo-leninismo”.
Esa infinita terquedad les ha hecho perder a los cubanos otros 25 años.
Si los cambios se hubieran hecho en su momento, cuando toda Europa
oriental y Nicaragua modificaron su signo político, ya Cuba estaría,
otra vez, entre los países punteros de América Latina, pero es posible
que el salto hubiese sido aún más impresionante por el notable capital
humano con que cuenta el país. Casi un millón de universitarios en un
sistema en el que primen la libertad económica y política pueden hacer
milagros.
Vuelvo a la pregunta inicial: ¿hay algo que aprender de la transición española? Al menos, cuatro elementos:
Primero, no es verdad que los cubanos sólo pueden ser gobernados bajo
la bota de los militares. Franco creía eso mismo con relación a España
–murió repitiéndolo–, pero su larga dictadura, como sucede en Cuba,
paradójicamente generó una sociedad que aborrecía la violencia. En Cuba
se ha terminado la perniciosa tradición revolucionaria que tan
negativamente afectó al país durante todo el siglo XX. La experiencia ha
sido terrible.
Segundo, presumo que en Cuba hay muchos Adolfo Suárez esperando su
oportunidad de darle un vuelco al país. En España se trataba de enterrar
el régimen político. En Cuba hay que hacer eso mismo y agregarle,
además, el económico. En el 76, cuando Suárez asume la presidencia de
gobierno, había muchos franquistas, compañeros suyos, que le sugerían
que modificase el régimen, pero sin demolerlo, estrategia que,
afortunadamente, rechazó. Espero que el Adolfo Suárez cubano, como
ocurrió en España, no trate de salvar el comunismo, sino que admita que
ese sistema, además de cruel, es inviable.
Tercero, la transición española fue eficiente y pacífica. Impulsados
desde la cúpula, fundamentalmente por Suárez con el respaldo del rey
Juan Carlos, los parlamentarios crearon una legislación que les permitió
liquidar ordenadamente el régimen instaurado en 1939. No hay razón
alguna para que los parlamentarios cubanos, cuya inmensa mayoría no
tienen el menor entusiasmo con el marxismo, traten de sostener esa
disparatada manera de estabular a la sociedad. El líder que emerja, con
un chasquido de los dedos podrá convocarlos al cambio “de la ley a la
ley”, como se dijo en España. Están deseosos de dar el salto.
Cuarto, todo comenzará cuando el poder, quien lo ocupe en ese
momento, llame a los opositores y los invite a participar en la vida
política. Esto fue lo que ocurrió cuando Suárez llamó al socialista
Felipe González y al comunista Santiago Carrillo. Fue lo que sucedió en
la URSS cuando Gorbachov llamó a Sajarov o cuando Jaruzelski admitió la
legitimidad de Lech Walesa. Es cierto que ése es el principio del fin,
pero eso es inevitable. Lo importante es cómo se llega a ese inexorable
destino de la mejor manera posible para todos, para que las
instituciones no colapsen, sino se transformen. Para lograrlo, existe el
mecanismo electoral. A punta de consultas se van moldeando los cambios
de una manera legítima e incruenta. Este fue el camino que siempre
defendieron Oswaldo Payá y su grupo Movimiento Cristiano de Liberación.
Claro, mediante el uso de la fuerza se puede retrasar
sine die la
transición, como hizo Castro a principios de los noventa, pero lo que
logró, además de mantenerse en el poder e imponer su voluntad, fue
retardar la llegada de la libertad y la prosperidad y empobrecer más a
los cubanos. En ese periodo, países como Estonia, Polonia, Chequia,
Eslovaquia o Eslovenia, le han dado un vuelco a sus economías dentro de
un clima de libertad. La propia España, que había prosperado
notablemente durante la última etapa del franquismo, lo hizo mucho más
con la democracia, como ha sucedido en Chile tras la desaparición de la
dictadura de Pinochet.
Cuba puede tener un futuro espléndido, si sabe conquistarlo. Mirar a
España, pese a los problemas por los que hoy, 40 años después, pasa la
Madre Patria, sería una sabia decisión. Ésta es la lección que propició
el seminario convocado por AIL.
link:
http://www.cubanet.org/opiniones/espana-sigue-siendo-un-modelo-valido-de-transicion-para-cuba/